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LOS ARROYOS DEL PIOJO, MALDONADO Y CILDAÑEZ
Arnaldo J. Cunietti-Ferrando

El Piojo: origen de su nombre

Numerosos cursos de agua, arroyuelos y pequeños torrentes pasajeros que bajaban desde las barrancas con las grandes lluvias y tormentas, desembocaban naturalmente en el Riachuelo formando ciénagas y pequeñas lagunas en las partes bajas.

A veces traían un gran caudal de agua y cuando el Riachuelo salía de madre, provocaba peligrosas inundaciones donde perecían ahogadas personas y animales. Otras veces estos riachos se secaban y desaparecían temporariamente, aunque en la ribera sur, casi sobre su desembocadura, el más importante tributario del Riachuelo por sus aguas permanentes, fue el arroyo Maciel, que bordeando la isla del mismo nombre, identificaba a la familia propietaria de las tierras. (1)

De “esta banda”, sin embargo, existió un curso de agua o “cañada” que desembocaba cerca del puente de Barracas y que a lo largo de los años recibió diversas denominaciones. En un documento de 1774 se lo identifica como “riacho o brazo de dicho Riachuelo”; en otro de la misma época se lo menciona como “arroyo o ciénaga que divide la rinconada grande de Ana Inés de Morón” y también como “riacho que divide la ensenada que fue de Caravajal”. Por un acuerdo entre los betlemitas y la señora Ana Inés Morón, llamada “la Presidenta” se lo tomó como referencia para dividir ambas propiedades siguiendo los mojones el rumbo de su curso, cuyo ancho no excedía los tres metros.

En 1831, en la venta de tierras que María de la Encarnación Andonaegui hace a Jackson, Barker y Cia. se estableció que era:
“con la especial advertencia y condición de que el arroyo, que corre por dicho terreno y desagua en otro arroyo que entra en el Riachuelo de barracas, ha de tener siempre libres y desembarazadas sus corrientes conforme las tiene al presente para beneficio propio de toda la posesión, y de los demás circunvecinos, cuidando que las corrientes de dicho arroyo no sean de modo alguno obstruidas aún cuando el Señor Barker diere al arroyo otra dirección y curso diversos de los que ahora tiene”. (2)

La venta está ilustrada con un rudimentario plano acompañado de una “Nota” que dice: “El arroyo serpentino que divide la parte de los terrenos de Da. Encarnaz.on Andonaegui de Orma que esta señora vende a los SS. Jackson Barker y Ca. sirve de línea divisoria, advirtiéndose que mitad de dicho arroyo (cuyo curso es de Oeste hacia el Este y luego hacia el Sur para incorporarse al Riachuelo) pertenece a la vendedora y la otra mitad a los compradores”.

Todavía en algunos documentos posteriores de la época de Rosas, aparece sin nombre, como “arroyo natural que divide la quinta de la Presidenta de los terrenos del finado don Francisco M. de Orma”.

Pero ya en la segunda mitad del siglo pasado las denominaciones más difundidas fueron las de “arroyo de las Pulgas” y “arroyo del Piojo”, que en algunos lugares salía de madre formando pequeñas lagunas. Con este último nombre es mencionado especialmente en documentos notariales de la familia Brittain de los años 1857 y 1858, cuando se concreta el mayor loteo de los terrenos de la Boca, aunque debemos señalar que todavía figura sin denominación alguna en una venta de terrenos que Joaquín Izaguerre hace a Graciana Iribarren en marzo de 1864. Allí recomienda cuidar el cauce del arroyo y aislarlo de eventuales visitantes especificando: “que la nueva dueña ni sus sucesores podrán edificar ni poner puente, puentecillo, tabla ni paso alguno, debiendo además cercar este terreno para cortar la comunicación con los demás linderos.” (3)

Un cargo similar hacen Otto Arnim y socios a don Antonio Quintero en 1865, al transferir un terreno lindero por su fondo “con un arroyo de los vendedores, en el cual no podrán los compradores ni sus sucesores poner puente ni otro paso alguno que pueda estorbar la marcha de las aguas pluviales”.

Ese mismo año, más de 120 vecinos del lugar elevaron una nota al Intendente Guerrico amenazando con recurrir a la justicia para impedir el proyecto de prolongación de calles en la zona, que podría dañar el curso del arroyo, señalando la mala calidad del suelo, “bajo, por ser un bañado” y sujeto a “continuas inundaciones por los desbordes del arroyo”. Para construir las calles se:
“destruiría una parte del importante arroyo que por allí cruza y que sería cortado de su cauce principal por el Río de Barracas, causando una verdadera calamidad a los muchos vecinos que viven a la orilla de él, quienes quedarían privados de las aguas fluviales si se impidiese que el flujo y reflujo del río visitase diariamente el arroyo, quedando entonces la putrefacción del fango que harían aquel lugar mal sano y propenso a pestes”. (4)

El proyecto se suspendió para más adelante, pero es interesante señalar que las periódicas crecidas del Riachuelo “limpiaban” el curso del arroyo y daban lugar a la formación de pequeñas lagunas, que se puede observar en algunas fotografías de la época.

La denominación más genérica era la de “arroyo de Barracas”, pero con la proliferación de los inmigrantes genoveses, se lo comenzó a denominar en ese dialecto como arroyo “dai pigheuggi”, especialmente en el tramo en que atravesaba un pequeño caserío denominado “pueblo de San Antonio”, más tarde denominado “Los Olivos”, aunque se ignora cuando comenzó a difundirse el apelativo “piojo” para este pequeño curso de agua. Los genoveses parecen haberlo traducido de su apelativo corriente en español.

Enrique Puccia, en su minuciosa historia de Barracas, dedica un capítulo al llamado “Arroyo de las Pulgas”, pero ambas denominaciones -piojo y pulga- no tienen un origen cierto; debieron nacer espontáneamente en el idioma familiar de los vecinos y no es muy arriesgado, imaginar el por qué.

Elisa Casella de Calderón da otra explicación:
“Uno de los brazos de una laguna cerca de Dársena Sur, se prolongaba por la actual calle Wenceslao Villafañe hasta el Camino Nuevo y lo interrumpía. Para que las carretas y viajeros pudieran pasarlo se había construido un paso de ladrillos al que se denominaba Puente de Rosas. Todo el que pasaba debía pagar “peaje”, término que, en la lengua de los italianos que comenzaron a poblar el lugar se fue transformando hasta convertirse en “Piguyi” que en genovés significa “piojo”, apelativo que le fue quedando al pequeño arroyo o “tercero” del “tragaleguas”. (5)

Más adelante, la misma autora transcribe otra versión un más poco rebuscada que Nicanor Sagasta sugiere en sus “Memorias”. Dice este autor que: “cuando había temporales, todos los barquichuelos que se ocupaban en la fruta y de pesca, se refugiaban en este punto donde había especial capacidad para muchas embarcaciones pequeñas y al refugiarse allí se apiñaban de tal modo que, verdaderamente, quedaban como piojos en costura”.

Ambas etimologías no suenan muy convincentes, aunque de las dos parecería más verosímil la aportada por Casella, quien además escribe que el Piojo: “Más que un arroyo era una canaleta que se extendía de sur a norte de la calle Pilcomayo hasta Juan M. Blanes, que corría paralela al río y a la calle Necochea, por la actual calle Ministro Brin. Llegaba hasta Wenceslao Villafañe donde torcía hacia la derecha y se perdía en el tragaleguas”.

Según Francisco Benedetti, “corría entre grandes pajonales, matizados aquí y allá por el verde del junco, naciendo y muriendo en el viejo canal reemplazado hoy por la Dársena Sur”.

Antonio J. Bucich lo cree restos “del antiguo cauce del Riachuelo”.

Puccia hace una vívida semblanza de este pequeño curso de agua y de los niños que lo frecuentaban.

Dice el historiador porteño:
“El arroyo, con un ancho aproximado de tres metros y oscilando su profundidad entre uno y dos, representaba la meta anhelada. Los respaldaban cina-cinas y sauces, cuyas ramas se inclinaban sobre el agua como queriendo beber, rozando los camalotes que flotaban en la corriente. Llegados al lugar, los muchachos se despojaban de las ropas que dejaban en los pajonales y se entregaban desnudos y felices a los placeres del baño. Los mayores buscaban alejar a los más pequeños, diciéndoles que las manchas rojas que se veían flotar, provenían de los muertos del hospital; pero lo chicos, lejos de amedrentarse, chapoteaban con más ganas en esas aguas turbias, desafiando el presunto peligro de la sangre y de los sapos y bagres. Luego se tendían sobre el pasto, cara al sol, gozando de la voluptuosa languidez provocada por el baño”. (6)

Nosotros podríamos señalar que los matorrales, residuos y yuyos y aún las aguas estancadas eran criaderos, además de los consabidos mosquitos, de “piojos” y “pulgones de agua”. Y si los niños de esas vecindades, habituales bañistas, se zambullían y jugaban peligrosa e inconscientemente en esos turbios charcos, era muy probable que se contagiaran la pediculosis. De allí a señalar los vecinos a la cañada como “arroyo de los piojos” o “de las pulgas”, podría dar una explicación más “natural” de esta denominación.



Fin del arroyo del Piojo

El arroyuelo, fue variando su curso a lo largo de los años. Véanse si no las diferencias de trazado que aparecen en los diversos planos del siglo XIX. Cada vez más contaminado por el avance de la urbanización, desapareció con los rellenos de las tierras bajas, según nos informa “La Nación” del 31 enero de 1903.

Bajo el título de “El arroyo del Piojo” este diario expresa:
“El tortuoso arroyo que hasta hace poco tiempo corría entre pajonales y arbustos, frente al antepuerto, entre la Boca y la dársena sur, está a punto de desaparecer totalmente, para ser reemplazado por amplias calles adoquinadas, en las cuáles se levantarán construcciones de todas clases para extender la población de la parroquia de San Juan Evangelista. Las grandes obras de saneamiento llevadas a cabo en la Boca, habían reducido el citado arroyo a un caudal de agua muy pequeño, donde los pilletes que pululan por aquella parte de la ciudad se daban cita, para bañarse en las épocas de los calores. A veces, cuando las autoridades no observaban mucho, en los contornos del Piojo se depositaba la fruta en mal estado, para que la llevara la creciente.

Hace algún tiempo -continúa el periódico- para no hacer desaparecer del todo el arroyo que se consideraba como un excelente desagüe de la Boca, se construyó un buen puente comunicando la calle Pedro de Mendoza y el muelle de la dársena sur, pero los muchachos frecuentadores de aquellos lugares, se entretuvieron un día en quemar el puente, lo que consiguieron en parte, favorecidos por la poca vigilancia y la buena clase de combustible.

Presupuestadas las reparaciones del puente, se estimó sus trabajos en 16.000 $, por la oficina de movimiento y conservación. En vista de esto, el jefe de esta oficina, ingeniero Sr. Enrique Carmona, pensó en hacer otra cosa más práctica: suprimir el puente, hacer desaparecer los últimos restos del Piojo y colocar amplios caños de hierro para el desagüe de los terrenos adyacentes..." Y la nota concluye: "Con la desaparición del arroyo del Piojo, se elimina uno de los últimos obstáculos con que se tropezaba en la Boca…”. Sin embargo, el “Piojo” no se extinguió totalmente, cada tanto demuestra que aún vive debajo del pavimento y en algunas zonas de la Boca, en época de grandes lluvias, brotan sus aguas de las alcantarillas, sin haberse podido aún solucionar el problema.



El Maldonado y sus antiguas denominaciones

Ya en el antiguo pago de la Matanza, hoy zona oeste de Buenos Aires, aparecían y desaparecían pequeños cursos de agua o torrentes transitorios que desde las barrancas altas desembocaban en el Riachuelo, como el denominado “arroyo de Lucero”, mencionado en noviembre de 1863 por Julio Arraga en un pedido de terrenos de bañado al oeste del Puente Alsina. (7)

En cambio tenían un caudal más o menos estable y permanente dos arroyos famosos, el Maldonado y el Cildañez, ambos entubados hoy.

El “Diccionario Geográfico Argentino” de Francisco Latzina publicado en 1899, define al Maldonado como simple “cañada en el territorio de la capital federal”, acotando que antes de la anexión de los partidos de Flores y Belgrano era el límite norte del municipio de la capital. Finaliza informando que a 6,9 kilómetros de la estación central, la cruza el Ferrocarril de Buenos Aires a Rosario. En cambio, este autor no registra al Cildañez.

Aunque nos ocupamos del tema en un trabajo anterior, debemos repetir que el origen del nombre de Maldonado no ha sido esclarecido aún, porque aún no se ha realizado una investigación exhaustiva del tema. (8) No obstante, cada vez que se hace alguna referencia histórica sobre este nombre, algunos se remiten a la antigua leyenda de la Maldonada, atribución disparatada, carente de fundamento y lógica, que debe ser excluida definitivamente de todos los relatos. (9)

La denominación de Maldonado es muy antigua, aunque no se la empleó corrientemente sino hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX al parecer para designar a la fracción más cercana a su desembocadura, pues en la venta de la chacra que hacen los Rodríguez de Estela al capitán Pedro Fernández de Castro, el 4 de mayo de 1703, se menciona el arroyo sin darle nombre, como “cañada que ba a desenbocar al Río de la Plata en el pago de la Matanza”.

En cambio, aparece como Maldonado en un documento del Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires del 23 de octubre de 1730, por el que se erigían seis curatos de campaña y se mencionaban los ayuda parroquias en el contorno de una legua de la ciudad: “la qual se extiende desde las poblaciones de don José de Rojas, por la parte del sur, pago de la Matanza, circulando hasta acabar en la boca de la cañada que llaman de Maldonado...”

Más tarde, lo encontramos vinculado a las tierras de la Compañía de Jesús, llamándoselo “arroyo de los Padres Jesuitas” y en 1786, en un documento notarial, se señala como límite la “Cañada que llaman de los Padres ex-jesuitas”. Pero en la donación de una chacra que Agustina Echevarría de Pesoa hace al doctor Alejo Castex en 1818, se lo menciona pomposamente como “Arroyo de la Chacarita del Colegio de la Unión del Sud, conocido antes como por de San Carlos”. (10)

En 1805, el Cabildo porteño al presentar planos y presupuestos para erigir un puente sobre el Maldonado, señala que es “llamado también arroyo de Cobos”, apelativo que no volvimos a encontrar en ningún otro documento. Y en la explicación de un plano hoy extraviado, levantado por el agrimensor Francisco Mesura en 1811, se demarcaba como “el arroyo de Maldonado o cañada de Castro”, esta última denominación aludiendo a su curso superior en la zona que atravesaba precisamente el Monte Castro. Con este nombre de “Cañada de Castro” aparece citado en el contrato de arrendamiento de una chacra al norte de Flores que Alonso José Ramos extiende el 23 de noviembre de 1811. (11)

El daguerrotipo que sigue muestra la casa de Rosas que fuera demolida en 1899. También muestra en qué alto grado los terrenos donde se apoyaba habían sido durante años rellenados por Rosas trayendo en carreta tierra desde las barrancas de Belgrano. El estuario claramente se advierte llegaba hasta la Avenida del Libertador. Toda esa zona que aquí vemos ya elevada, siempre fueron extensos humedales.

.. . . . . . . . .....

El nombre de “Arroyo del Monte Castro” mantenía todavía vigencia en 1856, pues así figura en una escritura de venta que Domingo Olivera extiende el 19 de junio de ese año. (12) Y todavía en 1871 se vuelve a mencionar de esta manera al tomárselo como línea divisoria de las tierras de Antonio Capurro.

(13) El Maldonado atravesaba también la quinta de la Iglesia Catedral, limitada por la calle del Ministro Inglés, y cuyos hornos de ladrillos y tejas se emplearon en la construcción de nuestro templo máximo. Así, en febrero de 1834, en una relación de las cantidades recolectadas para componer en esa zona a la calle Gaona, se menciona al arroyo como “Cañada de los Hornos”, (14) denominación local que no alcanzó mayor trascendencia.

Lo registramos también con el novedoso nombre de “arroyo de Palermo” en una escritura notarial de 1820, pero muchos años antes ya había tomado decididamente el de Maldonado, que conservó hasta su entubamiento para convertirse en la avenida Juan B. Justo.

De curso serpenteante y pequeño caudal de agua, hubo épocas en que el Maldonado llegó a crecer en forma amenazadora, provocando inundaciones de extensas zonas con su secuela de animales y personas ahogadas o desaparecidas. Corría unos cuatro o cinco metros debajo del nivel de los terrenos, aunque en algunos tramos atravesaba zonas bajas donde salía de madre convirtiéndose en pantanos más o menos extensos.

Para cruzarlo se utilizaban en diversos lugares, puentes de madera; algunos peatonales, eran simples pasarelas. Dos de los más transitados por vehículos y jinetes eran los ubicados en su intersección con Santa Fe y Warnes respectivamente. El primero, fue construido ya en 1807 con autorización del Cabildo por el maestro mayor de obras don Juan Antonio de Zelaya. Este mismo alarife edificó también dos puentes más, uno sobre la Calera de San Francisco (Belgrano) y otro sobre el arroyo Medrano, a un costo de 17.600 pesos de entonces, proponiendo un sistema de peaje que finalmente no se aprobó.


El relevamiento de Catelin y puentes posteriores

En 1826, el Gobierno comisionó a un ingeniero para inspeccionar la zona en la antigua Chacarita con miras a realizar allí un puente que aliviase el tránsito hacia el noroeste, especialmente de vehículos con frutos del país. Se trataba de Próspero Catelin, prestigioso profesional francés y titular del Departamento de Ingenieros, organismo donde había ingresado en 1821. Este funcionario confeccionó un muy completo y minucioso informe que elevó al Gobierno en noviembre de 1826.

Decía allí entre otras cosas:
“De conformidad con lo mandado por V. E. fecha 2 y 6 del corriente sobre la construcción de un Puente en el arroyo de Maldonado, me apersoné a dicho punto, y después de haber reconocido el Arroyo hasta el Río, he quedado persuadido de la inutilidad de dicho Puente, pues si se corta en el invierno el Camino de San Isidro, es porque las aguas no tienen por donde escaparse, y el remedio es abrir la zanja de 8 varas de ancho desde el tajamar hasta el bañado de Palermo. Se puede conservar el charco que está en el camino que sirve en el verano de abrevadero para los animales y alegra la vista. Se compondría el tajamar de un modo sólido y en el paso de Palermo se empedraría un vado que jamás impediría el tránsito en este punto en donde también se puede hacer un puentecito echando unos tirantes de barranca a barranca. En las avenidas grandes y marcas altas, el puente sería siempre intransitable y de consiguiente no remediaría el mal: pero en mi proyecto, los dos caminos de San Isidro y Palermo serían siempre transitables, a no ser que suceda marca como la del año 20”. (15)

El profesional acompañó su informe con un plano y un presupuesto de estos trabajos que entregó al Gobierno, pero no se tomó entonces resolución alguna. Sin embargo, poco después, se hizo una primera rectificación y cambio del curso del Maldonado en una extensión de un kilómetro hasta su desembocadura.

El primitivo arroyo atravesaba el camino de Santa Fe exactamente 164 varas (142 metros) más al sur de la actual Juan B. Justo. Esta rectificación fue motivada por la necesidad de utilizar terrenos altos en la construcción del puente. En 1830, el agrimensor Feliciano Chiclana trazó un nuevo plano marcando el “antiguo cauce” y la “zanja que le sirve de curso actual”. Y en 1903 al contruirse los talleres de Liniers del ferrocarril del Oeste, se cambió el cauce del arroyo y de la calle Gaona en la zona.

Es interesante señalar que se conservan varios proyectos, diseños y planos para la construcción de puentes en diversos lugares del Maldonado, destacándose los realizados por el ingeniero italiano Carlos Zucchi en 1829.

Por su parte la Municipalidad de Belgrano comunicó al gobierno, en marzo de 1857 que había iniciado la construcción de un “camino que desde Palermo va por el bajo hacia el Norte habiéndose hecho en el arroyo de Maldonado un puente por el que será vedado el tránsito de carretas; además de mejorarse de este modo la calidad del camino, se acorta considerablemente la distancia, pues se evita el gran semicírculo que hay que recorrer para llegar a Belgrano”. Pedía permiso para financiarlo con el pago de peaje.

Posteriormente se decidió autorizar el paso de carretas y se fijó la siguiente tarifa: “Toda carreta o carro que lleve carga pagará dos pesos; todo carruaje de cuatro ruedas pagará dos pesos de ida y dos pesos de vuelta y los de dos ruedas un peso”. (16) El Gobierno, por su parte contribuyó con dinero para mejorar el Camino General del Norte desde la entrada de Palermo por el costado de la quinta de Saavedra hasta el límite de ese municipio, en junio de 1857.

El segundo paso importante sobre el Maldonado, acceso obligado al casco de la Chacarita del Colegio de San Carlos, estaba ubicado sobre la actual calle Warnes y se lo denominaba puente de Moreno o de Beuthner, en referencia a dos chacareros, Pedro Moreno, propietario de los terrenos linderos por el sur que en 1844, fueron adquiridos por el colono alemán Matías Beuthner.

El primer puente, construido por Moreno, fue mejorado y reedificado por don Matías quien en 1852 comenzó a cobrar peaje por el cruce del mismo. Ello motivó grandes protestas por parte de los vecinos y de los transeúntes de paso, que comunicaron la novedad al juez de paz de Flores, que lo era a la sazón don Carlos Naón. Previendo una seria irregularidad, el funcionario hizo la correspondiente denuncia policial iniciándose una investigación. Fue entonces cuando se descubrió que Beuthner tenía autorización legal para cobrarlo, por haber realizado un contrato oficial con el gobierno nacional.

Don Matías edificó luego otro de mayor solidez y a su término el 4 de abril de 1854, fue la Municipalidad de Flores quien le concedió esta vez el derecho de peaje por 5 años. En marzo de 1859, su hijo del mismo nombre, a quien le había correspondido en herencia la chacra de su padre, pidió se le confirmara la concesión del derecho de pontazgo por cinco años más, comprometiéndose no sólo a conservar el puente en buen estado, sino hacer extensivo el mantenimiento a las 30 cuadras de caminos hasta San José de Flores, lo que le fue concedido. (17)

 Al término de esta contrata, se sacó nuevamente a licitación la conservación del puente y el camino, pero no se presentaron interesados. Finalmente el 23 de noviembre de 1869, la Municipalidad de Flores llegó a un nuevo acuerdo con Beuthner (hijo) del siguiente tenor:
“Art. 1°. Don Matías Beuthner se obliga a componer el camino que saliendo del Puente denominado de Moreno llega hasta la esquina de Gauna y de este punto hasta el mirador de Lezica, así como a refaccionar el citado puente.

Art. 2°. El peaje autorizado será de 1 peso por cada rodado por ida y vuelta y el concesionario pagará a la Municipalidad una anualidad de 6.000 pesos durante un año prorrogable por otro año.

Art. 3°. Beuthner deberá mantener un número de camineros con el fin de acudir a las reposiciones que demande la calle.”

En agosto de 1872, la Municipalidad de Flores a pedido de varios vecinos, tomó a su cargo la construcción de un puente de hierro sobre el Maldonado, “en la calle que parte de la de Rivadavia al N. que conduce al pueblo de Belgrano”, (18) para cuya concreción se estableció un sistema de peaje. Un periódico local publicó la discriminación del mismo:

“La tarifa de pasaje, que se abonará previamente al cobrador, es la siguiente:
Por carros, carretas y carruajes............2 pesos
Por ginetes.......................................... 4 reales
Por ganado mayor (por cabeza)......... 2 reales
Por ganado menor (por cada 100).... 10 pesos
El cobrador, por cada pasaje entregará el boleto correspondiente.”
(19)

El costo de las obras ascendió a 54.315 pesos moneda corriente, suma que se fue amortizando con los ingresos por peaje. El sistema entró en vigor a partir del 12 de mayo de 1873. Finalmente, durante la intendencia de Guillermo Cranwell, coincidiendo con la realización del empedrado de Corrientes hasta la Chacarita, se contrató con Arnold Dokir la construcción de un puente metálico de 32 metros de largo con el ancho de la calle, sobre la mencionada avenida, debiendo el contratista remover el precario puente de madera que se utilizaba hasta entonces haciendo excavaciones para colocar los cimientos de ladrillo.

El nuevo fue terminado para mediados de mayo de 1888: tenía una baranda pintada, pavimentación de pinotea y un contrapiso de hormigón. Este puente estaba terminado para mediados de mayo de 1888.



El Maldonado, un canal navegable

Entre los diversos proyectos y emprendimientos particulares durante gobierno de Juárez Celman, uno de los más novedosos fue el intento de construir un canal navegable en el cauce del Maldonado. Propuesto por la firma Wenceslao Villafañe y Cia, era un plan muy ambicioso y rentable, pues incluía además la construcción de un puerto de abrigo en la boca del arroyo Medrano, con dársenas para embarque y desembarque, depósitos, almacenes y talleres para composturas y carena de buques.

No terminaba allí; se complementaba con dos canales de navegación. Uno, partía de la desembocadura del citado arroyo y llegaba hasta Ramos Mejía. El otro, aprovechaba el cauce del Maldonado que se modificaba para darle una profundidad oscilante entre 2 ½ y 5 metros y un ancho de 35. Arrancaba desde Palermo y empalmaba con el anterior en un punto cerca de Ramos Mejía y de allí continuaba hasta desembocar en el paso de las Piedras en el confín oeste del Riachuelo, donde este curso de agua se transformaba en el río Matanza.

En las orillas de ambos canales, el concesionario se comprometía a trazar dos rutas paralelas empedradas o macadamizadas, con una franja de pasto verde y tres hileras de árboles, expropiándose las tierras linderas en un ancho de 136 metros, para ribera, avenidas, puentes etc. Y hasta se había planificado la combinación con un servicio de tranvías.

La autorización para las obras fue aprobada por la Ley N° 2676 del 7 de noviembre de 1889. Allí se establecía que a los 10 años de terminadas las obras, el gobierno recibiría un 10% de los derechos de puertos y navegación, a los 20 años el 25% y el 50% a los 50 años, quedando dueño de todo al cumplirse los 99 años.

La concesión tenía un plazo de seis meses para concretarse, o sea que caducaba en mayo de 1890, lapso durante el cual se debían presentar los planos y estudios de las obras a realizar. Una vez firmado el contrato, debían comenzar los trabajos a los tres meses y concluirse en tres años, bajo pena de una multa de 500 pesos por cada mes de retardo.

Otro proyecto aprobado por ley ese mismo año 1889, fue presentado por la firma Portalis, Frères Carbonnier y Cía. Proponía aprovechar la desembocadura del Maldonado, allí donde se abría para recibir las aguas de las crecientes del Río de la Plata, para construir un puerto de cabotaje de mil metros de largo por ciento cincuenta de ancho y cinco metros de profundidad, construyéndose en ambas márgenes un muro de mampostería u hormigón que contendría una explanada adyacente de setenta y cinco metros de largo. (20)

La crisis de 1890 hizo imposible este y otros negocios y ninguna de las dos empresas pudo concretar las concesiones obtenidas; el Maldonado siguió siendo arroyo por muchos años más, matizando su historia durante el siglo XX, con algunas crecidas memorables. Pero esta primitiva propuesta no se perdió, fue reflotada por el concejal Remigio Iriondo y publicado con diversas modificaciones y variantes en el Boletín Municipal del 25 de agosto de 1924. (21)

Iriondo proponía la aprobación de una Ordenanza autorizando a la Municipalidad para convertir el arroyo Maldonado desde su desembocadura en Palermo hasta el límite de la capital, en un canal navegable que llegando hasta los Nuevos Mataderos de Liniers empalmase allí con el Riachuelo en el Puente Alsina. Su profundidad media no sería inferior a los 2 metros y estaría flanqueado por una zona ribereña “de por lo menos 35 metros de extensión” para lo cual debían expropiarse los terrenos linderos.

En esta ribera se abrirían dos calles laterales de diez metros de ancho en toda la extensión del canal, plantándose árboles suministrados por la Dirección de Paseos. El canal podía utilizarse para diversos fines, especialmente de transporte comercial y su tránsito sería gratuito para los diversos organismos oficiales. Se cuidaría también su higiene mediante la prohibición de volcar “aguas servidas, materias fecales y cualquier otro residuo que altere las condiciones higiénicas de las aguas.”

La obra se dividía en cuatro secciones: 1) Desde la desembocadura del Maldonado en Palermo hasta Vélez Sársfield (Floresta); 2) Desde allí hasta la avenida de Circunvalación (actual General Paz); 3) Desde Vélez Sarsfield hasta los Mataderos de Liniers y 4) Desde allí hasta el Puente Alsina. Como vemos había una gran similitud con el proyecto Villafañe, incluso en los planos, cobro de cánones, conservación y tiempo de duración de la concesión. Esta nueva propuesta no tuvo tampoco el final esperado para el molesto arroyo porteño.

Durante la Intendencia de Carlos M. Noel en 1925, se realizó un importante estudio urbanístico de Buenos Aires (22) proponiéndose la realización de varias “avenidas-paseo” al estilo norteamericano o europeo. Allí se proponía que en la continuación de la Av. Sarmiento a partir de Plaza Italia, el cauce del Maldonado se transformara en una de ellas. El mismo destino se proyectaba para el arroyo de Medrano.

 El plan preveía entubar el Maldonado y pavimentarlo “por lo menos hasta Segurola, de manera de ligar Palermo con el Oeste de la ciudad” con un parque proyectado sobre esta última calle. Y así fue como durante muchos años la Avenida Juan B. Justo terminaba abruptamente en la Avenida Segurola sin ningún espacio verde que atenuara este impacto; hacia el oeste seguía su viaje a cielo abierto, el serpenteante y contaminado cauce del arroyo.

El proceso de su conversión en avenida, fue dispuesto por Decreto del 3 de septiembre de 1934 y el detalle de las obras realizadas es lo suficientemente conocido como para relevarnos de extendernos aquí en detalles, aunque debemos señalar que no se terminaron con ello los problemas; el desborde periódico de las aguas del Maldonado ha sido recientemente noticia catastrófica en todos los diarios.


 
El Cildañez: origen de su nombre

El otro curso de agua del extinguido partido de Flores en su extremo sudoeste, aunque lejos de tener la importancia del Maldonado, fue el arroyo Cildañez. Eterna fuente de problemas, sobre todo para los acarreadores de ganado de mediados del siglo XIX, luego de largas tramitaciones burocráticas terminó también entubado hace unas décadas.

 El nombre más antiguo que registramos, lo menciona como “arroyo de Campana”, que tomó por atravesar la chacra del acaudalado vecino don Francisco Álvarez Campana, que junto con la de Norberto Quirno, daría origen al barrio de Floresta. Esta propiedad era tan importante que dio nombre, no sólo a este pequeño curso de agua, sino también al camino que pasaba cercano a la casa principal. Este Camino de Campana, transformado luego en Avenida del Trabajo, lleva hoy el nombre de Eva Perón.

El Cildañez atravesaba zonas bajas y en algunos lugares se confundía con el bañado. Por tal razón, en diciembre de 1854, numerosos vecinos de la zona recolectaron 3800 pesos “para construir en el bañado del terreno conocido por de Campana dos puentes de cinco varas de largo y cuatro de ancho con paredes y arcos de cal y ladrillo” sobre el curso de este arroyo, que todavía figura con esta denominación en varios documentos, entre ellos un informe del alcalde del Cuartel 5°, de marzo de 1859. (23)

 Y tardíamente en un plano de 1890 realizado por el ingeniero Félix Romero de los terrenos de Letamendi, lo encontramos aún con el antiguo nombre de arroyo de Campana.

Pero en septiembre de 1862, en un acta de la Municipalidad de Flores, aparece citado oficialmente por primera vez como “arroyo de Sidaña”. Esta novedosa denominación se repite en 1870 al contratarse con el vecino Eduardo Lacrouts la compostura del puente sobre el “arroyo de Zidaña”. (24)
Este nombre es una deformación de Cidañez, apellido del propietario de una fracción de tierras atravesada por el mencionado arroyo. Se trata del quintero Ramón Fortunato Cidañez, quien el 22 de julio de 1849 compró una chacra de 300 varas de frente al este por 538 de fondo, ante el escribano Vila, aunque ya habitaba esos lugares mucho antes, como simple arrendatario.

Esta quinta de Cidañez formó parte de la primitiva chacarita de Los Talas, de la familia de Rivadavia, y fue adquirida a don Miguel Flores. Cidañez debió ser un personaje muy especial y conocido en la zona para que el nombre del arroyo que atravesaba su propiedad, se asociara con su apellido.

Algunos documentos coinciden en que era sumamente misterioso, ya que un día, desapareció del lugar de su residencia sin conocerse durante muchos años su paradero, quedando las tierras cubiertas de espesos montes y totalmente abandonadas. Así, en 1866, al hacerse una mensura de la chacra de Letamendi, se hizo una citación de linderos, señalándose que “por la parte de Cidañez no ha habido a quien citar, por no subsistir allí en el terreno e ignorarse su paradero”.

Las tierras de Cidañez fueron ocupadas luego por don Juan Arroqui y años después, en 1890, apareció una hija del antiguo propietario quien promovió un incidente sobre posesión, llegando luego a una transacción con los herederos del ocupante. Con los años, el arroyo de Cidañez, se transformó por corrupción, definitivamente en Cildañez.


Crecidas y desaparición

Este pequeño arroyo, cuyo ancho en algunos tramos no excedía de los 4 o 5 metros, se internaba luego en el bajo Flores para desembocar en el Riachuelo. En el arrendamiento de una fracción de la quinta de Olivera en 1867, el Cildañez se menciona aún sin denominación alguna, describiéndolo como “un magnífico arroyo... casi permanente, pues solamente se ha secado en las grandes secas”. (25) Y tan era así, que tenía períodos en que salía de madre y se convertía en un peligroso torrente por su gran caudal de agua.

En 1880, por ejemplo, al atravesarlo una tropa que venía desde Cañuelas, el joven hijo del tropero castigó al caballo en medio del arroyo y fue arrebatado por la corriente.

“El padre de la víctima -continúa la información- le arrojó un lazo para que se salvara, pero sea que estuviera conmovido por la inminente desgracia o que el hijo estuviera asustado, no se consiguió salvarlo. Tres veces se hundió en las turbulentas aguas y tres veces apareció sobre ella. La última vez estaba muerto”. (26)

En razón de que el cercano Matadero de Liniers estaba “ubicado en la cuenca de los desagües pluviales de toda la región, en varias ocasiones hubo que suspender la matanza porque las aguas llegaron a inundarlo hasta dos metros sobre el nivel del suelo.”

Para evitar este problema la Intendencia decidió, en 1903, “emprender la ejecución de un gran canal que rectificando el curso de las aguas las llevara al arroyo Cildañez, del otro lado de los mataderos”. (27) Así fue como el popularmente conocido “Zanjón”, se conectó con los Nuevos Mataderos de Liniers y era el recipiendario de todos los desechos de este establecimiento, de forma tal que los vecinos lo denominaban despectivamente “arroyo de la sangre”.

 Un periodista que visitó la zona en 1929, expresaba: “Hagan ustedes un paseíto por Nueva Chicago y lléguense como para tomar buen aire hasta el arroyo que corre a poca distancia de la puerta principal de los mataderos de Liniers. Allí encontrarán ómnibus y volantas, nutrida edificación familiar y establecimientos industriales” y podrán comprobar “la resistencia olfativa del audaz que efectuara la excursión a un sitio tan degradante…a sus orillas se reúnen, en alegre anarquía, latas, desperdicios, envases vacíos y barro”.

Debemos acotar que el mismo panorama ofrecía también el Maldonado.

En 1940, el arroyo fluía en medio de una compacta edificación y ese año Obras Sanitarias destinó la suma de 2.200.000 pesos para entubar 1287 metros, desde la Av. Gral. Paz hasta Remedios de Escalada y Basualdo. Desde este punto hasta la Avenida del Trabajo sólo se construyeron las paredes laterales del conducto.

En 1961 se continuaron las obras lográndose avanzar cuatro kilómetros y medio. El 21 de diciembre de 1962, todavía el Cildañez a medio entubar cobraba nuevas víctimas: un ómnibus cargado de pasajeros se precipitó a sus aguas, a inmediaciones del Riachuelo, con un saldo de seis ahogados.

Como dato curioso, señalaremos que en la zona sur de Floresta se ha constituido en estos últimos años un numeroso asentamiento de ciudadanos bolivianos. Esta laboriosa y sufrida colectividad, ha comenzado a denominar espontáneamente a la zona como “barrio Cildañez”, en todos sus avisos y publicaciones. El arroyo desapareció y desde entonces ya no se habla más de sus inundaciones, pero resurgió su nombre en un barrio no reconocido en la moderna toponimia oficial porteña.

Para finalizar, acotaremos que el Maldonado está unido al Cildañez a través de un desagüe subterráneo realizado con el fin de aligerar las aguas de este primer arroyo, a la altura del barrio de Versailles. Al hacerse las excavaciones, en las cercanías de la calle Basualdo se encontraron restos de gliptodontes, que fueron derivados al Museo de Ciencias Naturales.


¿Y qué fue de Fortunato Cidañez?

No podríamos concluir esta reseña de arroyos y nombres, sin completar la dramática historia del chacarero que dio su apellido a este problemático curso de agua y la causa de su misteriosa desaparición de la zona. Siempre nos intrigó conocer detalles de la vida de este personaje, pero durante muchos años nuestras búsquedas fueron infructuosas.

Finalmente pudimos esclarecer, qué pasó con Fortunato Cidañez. Para ello debimos remontarnos al 17 de mayo de 1854. Con esa fecha, en el Archivo del Estado de Buenos Aires encontramos una comunicación oficial del juez de paz de Ranchos, hoy General Paz, que da cuenta de su trágico fin:
“Anoche a las nueve ha sido incendiada la casa de Dn. Fortunato Sidañez, vecino de este partido... Hasta estos momentos el Juzgado no tiene mas conocimiento sobre este hecho, sino que fue perpetrado por dos individuos que llegaron a la casa, según lo depone Andrés Rivero que se hallaba en esos momentos durmiendo en la cocina de donde logró escapar y dirigirse a casa del Alcalde a darle parte.

Habiendo éste en el momento constituidose en la casa del incendio, asociado con dos vecinos y dos tenientes, encontró el mal en un estado de no poderlo evitar, pues hasta las paredes que eran de quincho se habían consumido: encontró muerto al dueño de casa el citado Dn. Fortunato Sidañez, cuya muerte, según resulta del reconocimiento practicado ha sido ocasionada por la sofocación del humo... La indagatoria se esta siguiendo y aún no presenta un indicio que pueda ilustrar quienes hayan sido los perpetradores”. (28)

Los motivos de esta cruel venganza y sus autores nunca pudieron ser esclarecidos y con ello, se alimenta aún más la leyenda de Cildañez, el chacarero de vida y muerte “misteriosa” que perpetuó su nombre en un arroyo y que no murió ahogado por las aguas del mismo, sino por el humo de su casa.


:: NOTAS

(1) En realidad se trataba de las tierras de los Bazurco; Juan Baltasar Maciel administró las mismas y las vendió como albacea de doña María Josefa. En el siglo pasado estas tierras eran propiedad de la familia Demarchi.

(2) A.G.N. Registro 6. 1831. Folio 61v. Escribano Marcos L. Agrelo.
(3) A.G.N. Registro 3. 1864. Escribano Laureano Carballeda. Folio 262.
(4) Trascripto por Enrique H. Puccia, en “Barracas. Su historia y sus tradiciones”. Buenos Aires, 1975, pág. 198.
(5) “Los juncales de la Boca” en “Buenos Aires nos cuenta”. N° 18, dedicado a “La Boca del Riachuelo”.
(6) Puccia, obra citada, pág. 194.

(7) A.G.N. Tribunales. Sucesiones. Legajo 5818. En el plano catastral de la Municipalidad publicado en 1889 aparece como “Río Lucero”, bordando la Quinta del Rincón”.

(8) A. J. Cunietti-Ferrando. “San José de Flores. El pueblo y el partido”. Buenos Aires, 1977, pág. 113 y siguientes. Dimos entonces como posibilidad, el nombre de Bartolomé Maldonado, propietario de una chacra en el antiguo pago del Monte Grande, cercana a este arroyo, pero no tenemos mayor documentación histórica que avale esta afirmación.

(9) La historia de la Maldonada aparece relatada por primera vez en el libro “La Argentina” de Ruy Díaz de Guzmán, escrito en 1612 y publicado por Pedro de Angelis en 1835. Cuenta Guzmán, que durante la primera fundación de Buenos Aires, una hermosa mujer española, que por el hambre se había refugiado entre los indios, fue castigada por los conquistadores atándola a un árbol y abandonándola a merced de las fieras. No obstante fue protegida y alimentada por una bestia salvaje, sobreviviendo así al cruel castigo y siendo finalmente perdonada. Lo curioso es que Guzmán sólo afirma que, por castigo, fue “atada muy bien a un árbol” y que la dejaron “a una legua del pueblo”. Con tan vaga referencia geográfica, el escritor Héctor Pedro Blomberg, gran hacedor de leyendas histórico-literarias, acota que fue amarrada a un árbol “a la vera de un arroyo” que especifica era “de aguas turbias y escasas” y concluye: “Desde entonces el arroyo se llama el arroyo Maldonado, aunque la historia guarde silencio sobre la suerte final de la protagonista de la más antigua tradición de Buenos Aires”. (H. P. Blomberg, “Mujeres de la historia americana”. Anaconda. Buenos Aires, 1933).

(10) A.G.N. Registro 3. 1818. Folio 300.
(11) A.G.N Registro 7. 1811. Folio 163.
(12) A.G.N. Registro 5. 1856. Escribano Castellote. Domingo Olivera a José M. Mármol. De lo que deducimos que el nombre de Maldonado debió surgir por un propietario de la chacra principal, en su último tramo antes de desembocar en el Río de la Plata y en tal sentido habría que orientar las investigaciones.

(13) A.G.N. Registro 25. 1871. Escribano Máximo Luzuriaga. Folios 141 y 143.
(14) El Monitor. N° 63. Buenos Aires, 27 febrero 1834.
(15) A.G.N. Gobierno. Sala X 13-10-4.
(16) A.G.N. Sala X 28-10-8.
(17) A.G.N. Sala X 29-3-1.
(18) Archivo Histórico Municipal. Obras Públicas. Legajo 19.
(19) “El Progreso de Flores.” Edición del 17 de julio 1873. Año 1. N° 15.
(20) Contrato de Portalis, Frères Carbonnier y Ca. con el Departamento de Obras Públicas del 14 de mayo. Registro Nacional. Tomo I. 1889, pág. 609.
(21) Exhumado en “Baldosas flojas” por Luis Cortese en el N° 2 de “Historias de la Ciudad”.
(22) Publicado en un grueso volumen con el título de “Proyecto Orgánico para la Urbanización del Municipio” Peuser. Buenos Aires, 1925.
(23) A.G.N. Tribunales. Sucesiones. Legajo 5818.
(24) Archivo Histórico Municipal. Obras Públicas. Legajo 17. Exte 7.
(25) La Tribuna. Edición del 2 mayo 1867.
(26) La Prensa. Edición del 16 marzo 1880.
(27) Memoria de la Intendencia Municipal. Año 1903, pág. 90.
(28) A.G.N. Sala X. 28-5-4.


Arnaldo J. Cunietti-Ferrando . Marzo de 2006

 

 

Buenos Aires. Hace 121 años, éramos 433.375  

Este martes 30 de septiembre se cumplen 121 años de la realización del primer censo municipal en la ciudad de Buenos Aires. El mismo arrojó la cantidad de 433.375 habitantes, de los cuales 408.000 vivían entre los viejos límites de la Ciudad que abarcaban unas 4.000 hectáreas.

El censo municipal de 1887 arrojó la cantidad de 433.375 habitantes, de los cuales 408.000 vivían entre los viejos límites de Buenos Aires. Hasta 1880 los límites de Buenos Aires (el arroyo Maldonado, calles Rivera, Medrano, Castro Barros, Boedo, el Riachuelo y el Río de la Plata) abarcaban unas 4.000 hectáreas. Con la incorporación de Flores y Belgrano en febrero de 1888, la Ciudad pasó a tener unas 18.000 hectáreas.

La proyección de esta extensión de los límites de Buenos Aires se fundaba en la planificación de una gran ciudad que se terminaría poblando en los próximos años. El mismo censo daba cuenta de la llegada de inmigrantes al país, más de la mitad de la población (228.000) era de origen extranjero, en su mayoría italianos y en menor número españoles, franceses y asiáticos.

La tendencia de crecimiento poblacional de Buenos Aires se consolidó en las últimas décadas del Siglo XIX, impulsada por la inmigración. En 1810, 46.000; en 1822, 55.416; en 1836, 62.228; en 1869 (censo nacional), 187.346; en 1887, 433.375; en 1895, 663.854; en 1904, 950.891 y en 1914, 1.575.814.

ADN ciudad Agencia de Noticias, 30-09-08