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Dos componentes son inicialmente fundamentales y suficientes para comenzar a hablar de algo. Con uno sólo, no tenemos nada para decir. Así nos lo señala Jung respecto del alma y de él he aprendido, aceptado y valorado el valor de la disgresión para hablar de las cosas más ocultas. Y "el Riachuelo de los navíos y el estuario del Plata" tienen unas cuantas. Los dos componentes que tomaré hoy en consideración son: la energía y la materia.

La materia tiene en su apariencia una cosidad que nos mueve a confiar en su entidad, en lo concreto que vemos de ella, ya sea a nivel de objeto global o a nivel molecular. Sin embargo, todo lo que pasa en ella, su ligazón y tantos atributos que le caben, dependen de la energía que la sostiene como tal, en toda su apariencia y en su interminable ocultación o discreción.

Energía y materia, que incluso conllevan y sostienen atributos de temporalidad: de pasado y de futuro en ella; y por ello, de probabilidad. Probabilidad que habla de la espera dispuesta a hospedar o rechazar el trato, la responsabilidad, que de los que la toman, perciba.

Así entonces, la materia está más viva que nosotros, advirtiendo nuestra responsabilidad y nuestra irresponsabilidad. Ya la física cuántica nos acerca testimonios de estos maravillosos misterios que prueban que es necesario y elemental ser perseverantes y honestos; también con respecto a la simple materia.

Así entonces, ninguna materia es sólo aquello que aparece consagrado, sabido y aceptado; sino incluso y en particular, aquello otro que puede despertar, movilizar, activar su “fusis”. Palabrita, apenas algo más que una fugaz sostenida pulsión, que estima atrapar, reproducir, la patencia en labios y alma abierta, que suscita la energía viéndola celebrar el brotar, el nacer, el florecer en su encuentro con la materia y desde la materia; tanto en la tarea poética como en la científica, cuando la criatura tiene el alma bien abierta al fenómeno que mueve cada día la Vida, a despertar.

Así reiterada, “la fusis” es expresión que aparece en la más antigua filología de Occidente para alcanzar raíz y celebración al habla, camino hacia el lenguaje: ta fusi-ká
Esa pulsión “ta” conlleva carácter de espontánea celebración cuasi interjeccional, que en nuestras riberas rioplatenses habremos muchas veces advertido graciosa, natural e impensada en nuestros hermanos uruguayos. Es la campana que suena como suenan los artículos; celebrando, confirmando una entidad –una esencia que, ya clara de alguna forma en nuestra alma- animamos a confirmar con un artículo bien determinativo de su entidad.

Así, recién apareció el artículo en el habla griega en el siglo VI aC. Concretas pulsiones del habla: “to”, el, la; anticipando con su fonancia celebratoria, el reconocimiento de una esencia que alcanzaba a ojos mortales su entidad. El devenir mismo, la manifestación concreta de la esencia, venía pulsada, celebrada y anticipada con ese "ta". Ese es el rol del artículo; hoy y siempre: celebración simple y pura, de la esencia descubriendo su entidad.

Y como si fuera poco, ese "ká" final que cierra la crecida raíz “fu-sis”, -“fisi-”- nos confirma en términos interjeccionales, claramente la patencia radical de lo admirable, en la misma instancia del descubrir esa transferencia destinal que elige la materia cuando acepta ser descubierta.

Ella, la materia y toda la energía concentrada en ella, decide abrirse a esa particularísima verdad (una entre millones), que mostrará a ese que fue elegido para verla y sentirla así manifestar. Fenómenos entrañables que se dan en particular intimidad.

Relación humana con la materia y la energía que la cohabita; y por ello estas determinan su destino. Función y fusiones de las caricias y estructuras amorosas que de la criatura recibe.

No es otra la forma de descubrir, de abrir el alma al fenómeno de la Vida. Vida que fluye y manifiesta en los entrelazos amorosos de la materia y la energía, del cuerpo y el alma, del sedimento y la luz, del agua y nuestros más íntimos aprecios, como lo señalaría Emaru Emoto.

Transferencias de la energía a la materia. Del espíritu en el alma, a la materia. Del capital de gracias de nuestras raices y savias, a la materia
Así pues, no podríamos abrir el territorio de la observación, si antes no tenemos el alma abierta para jugar esta partida.

Un oculto destino apostolar ha preparado nuestra mochila para este largo viaje, que no consiste en predicar, sino en amar, identificando cada porción de Vida que nos es dado a acariciar.
Identificando, necesariamente, porque de lo contrario ese viaje será sólo un acumular.

El identificar nos permite detenernos para amar.
Sin identificación, la tarea es interminable y no alcanza a depositar energía en la materia, para que esta se transforme en algo más que lo conocido; en algo más que una asegurada verdad.

La materia no tiene una verdad; tiene millones. Es inagotable en sus destinos. Por eso, de la relación más amorosa entre la energía y la materia, así como entre nuestro cuerpo y nuestra alma,  deviene la apertura amplísima a eso que, sospechando, intuyendo, damos en llamar: “probabilidad.

La materia en sí misma, es todo probabilidad. Probabilidad que depende, al menos, en nuestra observancia, del amor con que nos relacionemos con ella.
La física cuántica ha comenzado a develar estas relaciones entre la energía y la materia. Aun no ha penetrado en su devolución; esto es, en aquello que va de la materia a la energía. Y en ese va y viene, el Hombre tiene una participación, que él transitando alcanza a descubrir un día ya crecido, con entidad suficiente como para llamarla “destino”.

El destino entonces es una participación: la participación que nos regala la materia abrazada con infinitas energías participativas: visibles y por supuesto, intangibles. Desde las profundidades de la raíz y los misterios inefables de las savias, hasta las fecundidades de la luz.

La materia al tener en si misma atesorado “pasado” y futuro”, es toda “invitación y participación”. Indicios que reemplazan perfectamente a la “probabilidad”, cuando el alma del Hombre está abierta de par en par. Participando en esta apertura, todo lo anterior y todo el  porvenir; sin importar el grado de conciencia, sino el de sinceridad interior.

En nuestra realidad concreta, humana, somos cuerpo y alma; materia y energía; entidad y fusis; que no es meramente “lo físico”.
La “fusis” es esa manifestación que desde la materia se manifiesta como energía del brotar, del renacer, del florecer.

Es necesaria la materia para que la “fusis” muestre esta, su energía. Fusión de ambas, tan oculta, que por ello Heráclito decía: fusis kriptestai filei, que algunos traducen por “la Naturaleza ama el ocultarse” y a mi me ha dado por traducir “las fuentes de la Vida (las nuestras, las de cada uno) aman encriptarse” porque en esa discreción nos dejan el camino despejado para abrirnos al amor vincular.

Territorio de encuentros en donde las materias reciben el torrente de los cambios por la energía del amor a través de alteridad. Sostenido ese amor, ese apareamiento entre marcos parentales encriptados y marcos vinculares seduciendo, aparecen en función esas nuevas manifestaciones de la energía en la materia que llamamos “fusis”, que llamamos “fecundidad”. El regalo de sentirse estos dos abismos encimados.

"Lo físico" es lo cerrado en si mismo, lo asegurado, lo atrapado, lo dominado, lo que ya no despierta admiración, sino ambición. Lo cuantificable que nunca por su acumulación logrará calificar. Y que aun así seduce, como seducen las analogías.

“Ta matemata” en lo cuantificable, en mera materia; sin espíritu y sin identidad. En mero espíritu, sin materia y sin identidad. En identidad, sin materia ni espíritu vincular que la abra al amor a través de alteridad. Sin trascendencia otra que su juego de acumular y regir y corroborar. Encerrada en su inmanencia; lo cual no es poca cosa. Pero sin intercambiar energía. Por ello volvemos a sentir la necesidad del “dos” para tener algo de qué hablar.

Por cierto, este es un simple pensamiento especulativo, pues no es posible la mera materia, ni aunque nuestro destino parezca infernal.
Con esta síntesis inesperada de ese dos, que en este contexto aprecio localizar en la energía y la materia, me animo a mirar las aguas del “Riachuelo de los navíos” que lleva en nuestra memoria registrados no menos de 200 años de maltrato infernal; de desprecios, de materia cuantificada, de reses, de cueros, de dineros, de vertidos de sangre, de orines, de intestinos y heces que nunca en condiciones normales fluyeron; y que por ello desde hace más de cien años las bacterias anaerobias se adueñaron del lugar.

Luego vinieron las petroquímicas: 1000 tanques de compuestos que nunca alcanzaron a las aguas su condición biodegradable; y en adición taparon la salida del Riachuelo con oscuras materias y espesuras, de energías incompatibles con los amores y respetos a ninguna de las moléculas del agua, que en adición mulplicando bajo sus sombras forzosos procesos hidrotérmicos, oponen energías a los cada vez más escasos flujos y a sus sombras aceleran la sedimentación de las moléculas de mayor peso específico.
Todo, en visible y entramado desacuerdo.

Estas relaciones, tan a “contrapelo” de los enfoques “técnicos”, precisamente apuntan a ello. A introducir otra energía en los presupuestos. Y no meramente la cuantificable; la cantidad de dólares que tenemos para gastar en la primera etapa de saneamiento.

200 años de historia, cultivando los peores destinos imaginables para estas materias, llámense barros de fondo envenenados e inamovibles, riberas bastardeadas, miles de vertederos inmundos, flujos paupérrimos, tapones de salida;  

y estas energías, llámense intereses mezquinos, obligados, devengados, forzados, empobrecidos como resultado de tan malas ondas acumuladas por siglos; no es imaginable que vayan a torcer su rumbo porque la plata dulce abrigaría nuestra suerte en estos caminos que nos disponemos a transitar.

Materias y energías acumuladas y maltratadas (que a no dudar están vivas y tienen buena memoria, siendo sus mejores vecinos las bacterias anaerobias); jamás cambiarían su destino porque con plata dulce se organiza la tarea de  poner paños fríos a estos centenarios misérrimos destinos.

Tampoco esto se resuelve desde el temor; porque este nunca alcanza coraje y mucho menos, sinceridad interior. No alcanza con la sinceridad colectiva, si no es interior, particular, personal. Para que de ella surja la respuesta más humana, en cada uno de los que habrán de participar en esta tarea.

E inútil en manos de los que administran “poder”; sino “querer”.
Sólo el “querer” cambia los destinos. Sólo el querer es huésped calificado en los misterios que abrazan la materia, la energía y la creación que de sus amores deviene.
La materia y la energía disciernen, sienten, sufren, hablan, deciden, empujan, matan, reviven;  como entidades vivas; y mucho más que pensantes, sufrientes; mucho más sufrientes que nosotros mismos.

No somos los únicos que tenemos alma, ni los únicos que hospedamos espíritu, ni los únicos que tenemos raíces y savias milenarias. La materia y la energía los tienen en dimensiones y calidades inefables.

Cuando discernimos en las energías que intervienen en el estuario, inmediatamente pensamos en las gravitacionales de la luna moviendo las consistentes mareas; en las de los pequeños y grandes tributarios del estuario considerablemente menores y muy aturdidas por sedimentos y la torpe mano del hombre; y en la del sol, alimentando transferencias de energías hidrotérmicas, al tiempo que participa en los procesos de metabolización de todas las materias que se mueven y florecen sobre el lecho.

Cuando advertimos todo este gigantesco panorama de acciones naturales en donde el hombre, siendo simplemente observador se goza de sus “fusis”, de sus pulsiones, de sus brotes y sus primaveras; también podríamos si amamos la búsqueda sincera, imaginar con cuánta sinceridad y cuidado cabría participar en la imposible tarea de cambiar semejante destino de dos ciegos siglos de crímenes inimaginables.

Esta tarea, por haber acumulado tantos demonios en ella, es comparable a la de un negociador que tiene que tener el alma dispuesta para entrar en ese infierno y negociar con todos los que vociferan pidiendo respuestas.

Y no se trata de confrontar con empresas poderosas o chiquitas, endeudadas o riquísimas, sino con los demonios que deciden cuándo van a cambiar su vestimenta y encarar la lección que tienen dispuesta para nosotros: empresarios, funcionarios, habitantes del entorno, fiscales y criaturas preparadas y dispuestas, a sacrificios mansos, lúcidos y laboriosos.

La materia, repito, atesora todas las energías que llamamos destino y/o probabilidad. Ella es la que participa; la que nos participa cómo nos va a ir, cómo nos va a tratar si seguimos engañando.

No tenemos que tratar con un partido político, con un empresario, con un banco mundial. Tenemos que comenzar a tratar con ella y con sus energías. Tenemos que comprender cómo se tratan estas materias y estas energías.

Porque si entendemos y apreciamos estas aproximaciones a la materia, no sólo descubriremos a la materia más dispuesta para ayudarnos, sino que aprenderemos una lección maravillosa, mágica por donde se la mire; y llena de la más concreta identidad.

Ayudaremos a esos demonios que están allí amenazando diariamente muchas Vidas; a mostrar su rostro de dolor infinito que los ha hecho manifestarse como tales; cuando de hecho son criaturas hechas de enlaces moleculares llenos de materia y espíritu como nosotros, que piden ayuda.

En cada molécula de agua del Riachuelo hay un demonio que es un ángel si lo ayudamos a mostrar su identidad, su origen amoroso y su destino, hoy y ayer fatal.

Sólo tocando estas materias en forma mucho más íntima que molecular, en forma energética, en forma espiritual, dinámica y natural, comenzaremos a vivenciar el fenómeno de la participación que nos alcanza a cada uno en forma individual; alimentándonos y revistiéndonos cada día de un ánimo especial.

Esto no responde a organizaciones políticas entendidas desde el estado calamitoso en que descubrimos hoy a nuestras instituciones políticas (también ellas tienen su Riachuelo interior); sino desde la calificada libertad de reunión de seres preparados, vocados, pacientes, enamorados, laboriosos y destilando por años confianza, perseverancia y honestidad.

Estas criaturas no son dables de encontrar en los espacios de poder, porque ellos nunca buscan el poder. Tampoco se los puede poner a trabajar agrupados y controlados desde un poder, porque ellos no aceptan sino el amor propio que nutre de responsabilidad su libertad. Esto es, respeto a sus cimientos, a sus savias y a sus amores.

Gozan de ser esclavos de ellos. Parecen esclavos, pero son hombres libres que participan de la fecundidad de las energías con su mayor identidad. Es dable alcanzar  nombres de estos Hombres Libres del Sur.

Estas imágenes podríamos imaginarlas desprendidas de esas energías gravitacionales que la luna entrega a las mareas.

Si Ud. desea gozarse de una visión solar, visite la Pág. 25

Agradezco siempre a Alflora, la musa a la pertenezco y a la que pertenece mi inspiración y mi animosidad. También ella florece en esta "fusis".

Francisco Javier de Amorrortu . 2/9/06

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Aclaración: El lenguaje tiene moléculas que vienen del habla; y ésta, de los abismos y juegos espontáneos que se dan entre el cuerpo y el alma.

 

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